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Jesús vivió en una época en la que se le decía a la gente que la ayuda de Dios se aseguraba mediante sacrificios de animales hechos en un altar; que entre más costoso fuera el sacrificio, mayor sería la ayuda.
Jesús enseñó que ni las posesiones materiales ni la prosperidad temporal traen el favor de Dios; que Dios ama a los pobres tanto como a los ricos. Las enseñanzas de Jesús fueron revolucionarias. Él dijo:
Dios os ama —a cada uno de vosotros— como individuos.(145:2.4)
Dios es nuestro divino padre y un amigo vivo que ama a cada uno de nosotros personalmente y nos ofrece compañía y guía constante.
Cuando amamos como Dios ama—viviendo para beneficiar a todas las personas—desarrollamos una profunda comprensión y aprecio por todos. Amar es la alegría suprema de la vida y nos une como una familia espiritual, ahora y en la eternidad.
Una vida de libertad y originalidad es más que solo una idea. Jesús reveló una realidad espiritual disponible para cada persona de cualquier camino de vida y para todas las creencias. Al buscar descubrir nuestra propia fe personal, podemos cultivar una conexión con Dios y podemos amar como Dios ama.
Jesús comenzó la vida humana como todos lo hacemos—sin comprender la espiritualidad ni conocer a Dios. Sus padres humanos lo amaban con un amor profundo e incondicional. A medida que aprendía sobre Dios, comenzó a comunicarse en un lenguaje simple e infantil con su padre espiritual de la misma manera en que se conectaba con sus padres terrenales. Aprendió a confiar en Dios como un niño confía en un padre amoroso y compasivo.
La conexión interior de Jesús con Dios lo hacía sentirse personalmente amado, nutrido, apoyado y fortalecido. Jesús experimentó el impulso divino de buscar llegar a ser como Dios y se dedicó a vivir su vida humana en armonía con su padre espiritual.
Las decisiones de Jesús en la vida, desde las aparentemente insignificantes hasta las muy importantes, reflejaban los bondadosos y amorosos valores que él veía en Dios. Toda su vida fue una revelación de cómo amar desinteresadamente.
Jesús amaba a las personas con afecto inagotable y esmero. Amaba a los hombres que eran sus apóstoles elegidos y a los seguidores dedicados al grupo de mujeres. Vivió con ellos como un hermano mayor, como un amigo sabio y como un líder. Les enseñó con paciencia y confió en ellos para que enseñaran a otros de sus propias maneras de transmitir lo aprendido.
Vio a aquellos a quienes enseñaba como parte de su familia espiritual, haciendo lo mejor que podían, aunque estuvieran confundidos y desanimados. Los amaba con sublime amor paternal, los aconsejaba sobre sus problemas humanos cotidianos y los alimentaba, espiritualmente, con la verdad de una forma que pudieran comprender. Incluso, le encantaba hacer pequeñas cosas por las personas que encontraba al pasar, desde llevar una pesada carga hasta animar y consolar al deprimido, hablándole del respeto por uno mismo.
Mientras que nosotros podemos ver a algunas personas como enemigos, Jesús las veía primero como su hermano o hermana espiritual. Su respuesta a la intimidación personal y la amenaza era, y sigue siendo, extremadamente rara en este mundo. No reaccionó ante los insultos personales tampoco ante la agresión fisica. Evitaba toda violencia hacia los demás. Sentía indignación en nombre de los oprimidos y nunca buscaba venganza.